La semana pasada recibí en mi oficina una llamada de un representante de la editorial «Time Life». No tengo idea de cómo habrán obtenido mis datos, pero los mandé a volar. Y es que, además de que no me interesa saber de sus «muy buenas» publicaciones, tengo la firme convicción de que ese tipo de llamadas no deberían ser permitidas en las oficinas… si quieren venderme algo, que lo hagan en mi casa y no durante mi tiempo de trabajo. Así pues, mandé a volar al representante diciendole que no podía atender su llamada en mi oficina.
Pues bueno, ayer un representante de la misma compañia tuvo la desfachatez de visitarme en mi oficina, a la hora de mayor trabajo y sin previo anuncio. Cuando en la recepción me llamaron para avisarme de su presencia, me dio tanto coraje que accedí a atenderlo sólo por el gusto de verle la cara y sermonearlo. No se de donde me surgió la inspiración, pero al caballero le hice saber que, de la misma forma en que había mandado a volar a su colega por teléfono, tendría que mandarlo a volar a él.
No recuerdo literalmente lo que incluí en mi sermón. Pero recuerdo que le dije que yo soy una servidora pública y que me parece poco ético atender este tipo de asuntos en mis horas de oficina. Le dije que yo prefiero predicar con el ejemplo o de otra forma no me sentiría en la capacidad de exigirle a otros servidores públicos que hicieran lo mismo… todo es cuestión de ética.
Yo creo que la inspiración de mi sermón viene desde la semana pasada en que me llené de coraje al ver que nuestro señor presidente de la republica utilizó recursos federales para irse a visitar a la selección de futbol y desearles suerte. ¡Ahora resulta que es prioridad tomar el helicóptero presidencial para ir a saludar a los seleccionados! ¿Y qué sucede mientras con la educación, la ciencia, la seguridad, etcétera? En su lugar, nuestros impuestos pagan cosas estúpidas como alentar a un equipo de futbol que no tiene la menor idea de lo que es representar a un pais.
En fin, volviendo con el representante de «Time Life», el hombre trató de excusarse diciendo que ya otros colegas lo habían atendido e incluso comprado algunos libros, a lo cuál yo le respondi que «respetaba la decisión de mis colegas, pero que mi convicción personal me impedía atenderlo». Así pues, el hombre no tuvo más remedio que disculparse e irse. Espero que esta sea la última vez que alguien osa venir a venderme algo a mi oficina.