Recientemente caí en una etapa de nostalgia taurina tras haberme enterado de la muerte de varios amigos aficionados con los que compartí momentos muy bohemios en la época en la que estaba más involucrada en la fiesta brava. Una de las cosas que más extraño de mi vida en la Ciudad de México son los Domingos en los que religiosamente iba a la Plaza México y, además de disfrutar del espectáculo taurino, compartía de momentos llenos de enorme pasión con otros aficionados. Ahora tengo que resignarme a ver las corridas por la televisión, aunque eso signifique no poder interactuar con todos esos aficionados, además de tener que aguantarme la tediosa y estúpida narración de Heriberto Murrieta.
Parte de esa nostalgia taurina la he compartido por medio de mi perfil de Facebook, en donde de repente hago comentarios alusivos a mi gusto por la fiesta brava. Soy consiente que la fiesta brava no es popular entre toda la gente y que actualmente dicha afición se encuentra en decadencia y posiblemente ya no aguante otra generación de aficionados. Sin embargo, el ser aficionado a los toros es simplemente ser parte de un espectáculo que se encuentra legalmente regulado y hablar de mi afición a los toros en mi perfil de Facebook (o en este espacio) no representa crimen alguno.
Sin embargo, ya en un par de ocasiones me he topado con que algunos de mis contactos de Facebook me han dejado mensajes antitaurinos (en cierta forma recriminatorios) en mi muro. Uno de esos contactos después tuvo la desfachatez de mandarme una invitación para un restaurante ofreciendo un menú de «come todos los tacos que puedas» (?). Mientras que otro contacto tuvo la gracia de decirme que me dejaba ese recado ya que «su libertad de expresión» se lo permitía.
Yo creo que la libertad de expresión les permite a los antitaurinos a expresar su rechazo a la fiesta brava pero sin afectar las libertades de otros. Por mi pueden ir y prostestar frente a la Plaza de Toros, pero no pueden impedirme el paso a la corrida. Por mi pueden abrir espacios en internet dedicados a promocionar su causa, pero no pueden interferir con mi derecho a expresar mi gusto por un espectáculo legal. Si realmente desean acabar con la fiesta brava, creo que deberían de cambiar de estrategia y dejar de molestar a los aficionados, primero porque nada ganan con ello (a mi no me interesa convencer a nadie de que se convierta a la religión taurina), y segundo porque en el afán de restringir nuestra liberta comenten un acto de bandalismo. ¿O qué? ¿Debo mantener mis brazos cruzados el día que alguien entre a mi oficina y aludiendo a su libertad de expresión destroce toda la memorabilia taurina que allí tengo sólo porque esa persona es antitaurina?
En fin, creo que la fiesta brava eventualmente perecerá, pero no por obra de los antitautinos, pues ellos hasta ahora no han trabajado con la inteligencia suficiente para lograrlo. Eventualmente la fiesta brava perecerá por culpa de los mismos aficionados que no hemos procurado que se mantenga esta tradición, además de que en un futuro será más difícil convencer a las jóvenes generaciones dejar a un lado su Wii (o el gadget de moda en ese momento) para que acompañen a sus padres o abuelos a ver una corrida de toros.
P.D. Este blog es mi sitio para ejercitar MI libertad de expresión. Así pues, todo comentario antitaurino será rechazado, así como publicaciones antitaurinas en mi muro de Facebook. Antitaurinos: vayan y ejerciten su libertad de expresión a otra parte en donde si sean escuchados.