Cómo abandoné la vida de ficción

Éste breve ensayo fue escrito para una revista que creo finalmente no se publicará. Se me pidió que escribiera desde mi propia experiencia y pensando que el género es una cualidad biológica, natural e inamovible pero falsa, limitante, y más bien un concepto político y cultural. Esto es, la identidad de género como una ficción. Aquí les dejo el resultado… 

Mi experiencia como persona transgénero
(o cómo abandonar una vida de ficción sin morir en el intento)
Por Dania Gutiérrez

El código binario de unos (1) y ceros (0) es con el que se comunican las computadoras. Esa misma simplicidad de lenguaje quisiéramos trasladarla a muchos aspectos de nuestra vida, tal como sucede con en la designación del género. Y es que, hombres y mujeres, son categorizados de acuerdo a la ausencia (0) o la presencia (1) de un falo entre sus piernas. Así, una representación binaria de nuestra identidad en sociedad pareciera ser conveniente. Esta es una representación que hasta una computadora pudiera entender.

Sin embargo, las computadoras no entienden de sentimientos y, en una naturaleza en donde su diversidad exige códigos mucho más amplios y flexibles para poder describir su grandeza, existimos aquellos a quienes su cero o uno entre las piernas no va de acuerdo con lo que nuestra conciencia nos dicta. Para nosotras y nosotros, denominadas personas transgénero y a quienes pareciera que la naturaleza nos ha jugado una mala pasada, el código binario impuesto por la sociedad no es una representación fiel de nuestra identidad pues, desde etapas tempranas de la vida sentimos que nuestra expresión del género debería ser distinta a lo que las normas sociales nos dictan.

Para las personas transgénero, la vida en conflicto se vuelve la norma: vivir en conflicto con una sociedad acostumbrada a los unos y los ceros dictando el género de nuestra especie. Ante este conflicto, las personas trans parecieran tener dos únicos destinos: padecer o morir. Es difícil hacer una estadística de cuántos dentro de la comunidad trans mueren por optar al suicidio como vía para terminar con el dolor que genera su conflicto, y de cuántos más mueren víctimas de actos de violencia asociados a actos de fobia de una sociedad conflictuada con quienes nos atrevemos a transgredir el código binario del género. Lo que si podemos afirmar es que las historias de las personas trans en su gran mayoría están dictadas por personas que han padecido mucho, algunas y algunos hasta morir.

La historia que quisiera contarles aquí no es tanto de mi padecer, pues creo que esas historias lamentablemente abundan, al grado de perpetuarnos como mártires de una sociedad poco inclusiva. En su lugar, quisiera platicar de cómo abandoné una vida de ficción, en donde el conflicto me acongojaba, y ahora vivo una vida de plenitud al reconocerme plenamente (y abiertamente) como una mujer trans.

En la vida de ficción, la dinámica que imperaba en mi existir era la de aparentar la normalidad en base a mi designación masculina a pesar de que, en mi interior, me sabía como alguien a quien dicha designación no le correspondía. En la infancia el conflicto no era tan grande pues el rechazo, el miedo y el pecado aún no resonaban en mi cabeza en respuesta a lo que para mi era un simple juego: jugar a maquillarme, jugar a vestirme, o simplemente fantasear en mundos alternos donde mi identidad no era causa de conflicto. Fue hasta la adolescencia cuando el conflicto se convirtió en padecer y, en mi caso, fue un padecimiento interno cuyo motor principal era el miedo a sentirme una persona pecadora. El miedo era aún mayor pues desconocía la naturaleza de mi conflicto: a esas alturas aún no me reconocía como una persona trans.

Así, la adolescencia para mi transcurrió como una película de ciencia ficción, en donde la trama era ajena a una realidad dolorosa. Bien podría decirse que padecí la adolescencia forzándome a actuar el papel del héroe inteligente y hábil, cuando lo que quería era interpretar a la damisela bella e inocente. Afortunadamente, mi padecer fue soportable y me mantuve en la vida de ficción hasta el día de mi adultez temprana.

No fue hasta que realicé mis estudios de postgrado al extranjero cuando el dolor se volvió insoportable y me vi en la obligación de confrontar mis demonios. Es aquí donde mi historia diverge en comparación a las historias de la gran mayoría de las y los mártires transgénero. Creo que mi mayor fortuna fue haber llegado a una universidad en donde se cuenta con excelentes redes de apoyo para aquellos en conflicto. Fue gracias a ese apoyo como pude subsistir y aceptarme como una persona transgresora de las barreras sociales del género. Sin embargo, también pude entender que mi transgresión no era un pecado o una insolencia, sino una necesidad de subsistencia. Pude también entender que, a pesar de lo que la sociedad pudiera reprocharme, yo seguía siendo una persona de valor. Así pues, me di cuenta que en la historia de ficción, podía también existir una heroína.

Sin embargo, a pesar de ser ya consciente de mi identidad, no fue fácil abandonar la vida de ficción. Y es que, la sociedad nos pone trabas a quienes osamos transgredir sus reglas. Entonces se requiere de verdaderos héroes de batalla dispuestos a enfrentarse a toda adversidad para poder lidiar con esta sociedad. Tuve que ir venciendo miedos y ganar valor para enfrentar a las instituciones costumbristas, incluidas aquellas con raíces profundas en mi propia familia. De hecho, la gran mayoría de mis familiares directos decidieron no apoyarme en mi decisión de abandonar la vida de ficción y reconocerme plenamente como una persona trans. Si bien nunca pretendí caer en el enfrentamiento, perdí la batalla con ellos. Aún así, logré que no me afectara su indiferencia, falta de entendimiento y su lealtad a la estructura social en lugar de a mi. Fui tachada de egoísta por transgredir el orden social para mi beneficio propio. Ahora entiendo que gracias a que fui egoísta, hoy sigo existiendo.

En comparación con la reacción de mi familia, el recibimiento que tuvo mi decisión de asumirme como la mujer que siempre desee ser en mi ambiente laboral fue diametralmente opuesta. Tal vez sea que, en el ambiente académico, las personas son más educadas y están más acostumbradas a la diversidad. Lo que es un hecho es que en la academia he encontrado un refugio permanente de aceptación, lo cuál agradezco pues no podría ver mi vida sin la posibilidad de desarrollarme plenamente en el plano profesional. Aún así, la transición no ha sido fácil, y no dudo que algunas personas hubieran estado esperando a que no diera el ancho, a que mi situación emocional me quebrantara, o que simplemente me arrepintiera de mi decisión. Sin embargo, dejar la vida de ficción no sólo me permitió subsistir, sino que me liberó de un peso enorme. Ahora, viviendo en armonía conmigo misma, soy una persona con plena capacidad de desarrollarme al máximo. Hoy puedo presumir que soy exigida y evaluada en la misma manera que el resto de mis pares, y que se me reconoce en función de mis capacidades y no en relación a mi identidad de género.

Se que he sido afortunada en comparación a lo que la mayoría de las personas transgénero tienen que vivir, y hoy puedo jactarme de ser una persona en pleno ascenso y en proceso de consolidarse. Sin embargo, la sociedad actual tiende a marginar a las personas trans en lo legal y lo social. Yo a la fecha no he visto mi transición reflejarse en mis documentos legales, lo cual me expone constantemente a cuestionamientos y discriminación. Igualmente nuestra sociedad mantiene el bombardeo mediático por el cual a las personas transgénero se les asocia con actividades en la farándula, cosmetología o prostitución. A la fecha mucha gente encuentra casi imposible aceptar que una persona transgénero puede dedicarse a la ciencia, y muchas aún me preguntan que “dónde tengo mi salón de belleza”. Es entonces mi labor probarle a la sociedad que las personas trans somos gente valiosa y que podemos dedicarnos cualquier actividad productiva.

Hoy en día no hago tanto como yo quisiera por cambiar la realidad de las personas transgénero en nuestro país, pues el activismo es una actividad que demanda tiempo completo. En su lugar, y desde mi sitio de privilegio, trato de ser visible y educar a la gente sobre la condición trans. Aún así, me encantaría ser más activa y emprender acciones en pro de mi comunidad. Lamentablemente me hace falta tiempo, además de que no he encontrado los canales apropiados para extender mi participación. Y es que, en nuestro país, el activismo está desarticulado: existen un puñado de personas sobresalientes que dedican mucho de su tiempo, dinero y esfuerzo al activismo, pero como una actividad personal y no institucional. Aquí no es como lo que yo vi en Estados Unidos, en donde las redes de apoyo se van formando desde los campus universitarios con los grupos estudiantiles, mientras que en México muchas escuelas prohíben la “asociación de estudiantes”, en especial cuando se trata de hacer activismo en pro de la diversidad. Hasta hace unas semanas el Tecnológico de Monterrey finalmente se dignó a permitir una asociación de esta naturaleza, pero aún hay mucho por hacer.

 Así pues, mi vida post-ficcional aún se está escribiendo. Creo que mi experiencia puede ser de utilidad para muchos, pues ha sido escrita en base a un proceso de crecimiento permanente. Recuerdo cuando mi terapeuta en Chicago me decía que mi labor allí no era solamente obtener mi doctorado, sino también educarme y asumirme (graduarme) como persona transgénero. Habiendo cumplido con ambos objetivos, no pierdo el deseo de seguirme educando y de transmitir mis conocimientos, tanto los científicos como los relacionados con la condición transgénero, pues estoy convencida que la única manera de salir del oscurantismo que actualmente nos invade es a través de la educación.

Actualización (19-08-2014): Una versión acortada de este texto fue publicada en la revista Ulisex!Mgzn. Incluye foto inédita.