El día de ayer terminé con mi encomienda de tres años como persona consejera del Comité de Ética del Cinvestav. Estos nombramientos son voluntarios y si lo acepté fue a petición directa de quien era en ese entonces el director de la Unidad Monterrey, quien valorando mi experiencia en temas de derechos humanos pensó que yo era una persona idónea para darle seguimiento a las quejas que pudieran surgir en la unidad. Acepté de manera renuente, pues ya entonces sentía que el Comité de Ética en la práctica no servía para atender las quejas de la comunidad en lo que respecta a acoso y hostigamiento. Hoy puedo decir que lo he comprobado y que dicho comité no es más que un ente burocrático cuya existencia es obligada por la Secretaría de la Función Pública y que quienes encabezan el comité tienen como prioridad sólo el cumplimiento de los requerimientos burocráticos, más no la atención a una comunidad en crisis.
Sin embargo, termino contenta la encomienda, pues tuve la satisfacción de ayudar a muchas y muchos que lamentablemente acudieron a mi por violaciones a sus derechos. Además, mi causa es bien conocida y la comunidad sabe que pueden contar con mi apoyo incondicional sin necesidad de contar con un nombramiento. Con los años que he trabajado en el activismo he logrado hacerme de herramientas y una red de apoyo las cuales pongo a disposición de quienes sientan que sus derechos han sido vulnerados. Termino la encomienda, pero sigo atenta a ayudar a quien lo necesite, posiblemente con estrategias más efectivas que acudir a un comité que no tiene interés en funcionar, sino sólo existir para cumplir con un requisito burocrático.