La última vez que tuve la oportunidad de bajarme al ruedo y pegar unos muletazos fue en 2001 en una visita a Dax, Francia, durante su famosa feria taurina. En esa ocasión el Club Taurino de Dax ofreció una fiesta que incluyó una «tienta de vacas» en donde tuve la oportunidad de torear. Desde entonces no había tenido otra oportunidad y ya me había resignado a que la vez en Dax había sido la última en que «tomaba los trastos».
Sin embargo, apenas hace unas semanas volví a torear. Ahora la oportunidad surgió durante la actividad social de un congreso al que asistí en Salamanca, España. Allí, los organizadores quisieron mostrarle a los participantes lo que realmente significa la fiesta brava mediante una tertulia que incluyó la tienta de un par de vacas. Obviamente los asistentes a este evento poco sabían de tauromaquia, y mucho menos de torear, por lo que yo me aproveché de la ocasión para saciar mi hambre taurino. No está de más decir que sorprendí a más de uno cuando me bajé a torear, y a la vez yo me quedé sorprendida del respeto y admiración que generé entre varios, así como el interés que desperté en otros. Resultado de ello, en la segunda vaca saltaron al ruedo un Alemán y un Croata a los que, seguramente, ya los contagió «el mal de montera».