El día de ayer fue muy duro para todos quienes nos identificamos con el progresismo, la trascendencia y, en general, la evolución. Ayer nos levantamos con la noticia que el país de mayor influencia mundial ha optado por la resistencia al cambio y entonces establecer de manera formal el conservadurismo para, al menos, toda una generación. Y es que, si bien la estancia de Trump en la presidencia Americana puede durar de cuatro a ocho años, las decisiones que se tomen en ese período podrán tener impacto en generaciones por venir.
Ahora bien, esta ola conservadurista no es exclusiva de nuestros vecinos del norte, pues ya la vimos ganar terreno en el Reino Unido con el Brexit, en España con la renovación en el poder de Rajoy al mando del Partido Popular (conservador de centroderecha), y amenza con ganar terreno en Francia a través del llamado «Frente Nacional». En todos estos ejemplos, la clave del avance conservadurista ha sido explotar la profunda división de las poblaciones, tanto económica como intelectual. Está por demás decir que esos ingredientes están presentes en México, por lo que veo muy posible (si no inminente) el establecimiento de una nueva era conservadurista en nuestro país.
Esta situación es aún más grave en el norte de México, por ejemplo Nuevo León, pues la victoria de Trump ha fortalecido el cinturón bíblico Americano que, históricamente, ha influenciado muchísimo la ideología del norte de México. Pero, en general, todo México está expuesto a dicha influencia, y no me sorprendería que la victoria de Trump hubiera reforzado ayer la negativa de nuestros legisladores a aprobar la iniciativa de ley del Presidente Peña Nieto respecto al matrimonio igualitario. Si bien en su momento esa iniciativa creó una oportunidad histórica, veo con tristeza que la puerta se ha cerrado y ahora habrá que navegar contracorriente.
Afortunadamente ayer estuve muy ocupada con asuntos académicos, por lo que pude distraer mi mente del profundo dolor que esta situación me causa. Ayer oficialmente he despedido la oportunidad de ver en vida un cambio en nuestra sociedad y probablemente ni siquiera a la «Generación del Milenio» le toque verla. Y es que, aunado al avance del conservadurismo, pareciera que a los milénicos les interesara más cazar pokemones que sueños de trascendencia. Entonces, el mayor reto de quienes nos decimos activistas será hacer entrar en razón a los milénicos y hacerles ver la importancia de su crecimiento intelectual.
Hoy más que nunca abogo por lo que he venido diciendo desde hace años: necesitamos dejar de lado los viejos esquemas del activismo y voltear hacia estrategias más inteligentes y menos polarizantes. Igualmente tenemos que ser objetivos y comprender que nuestra labor como activistas ya no se trata de crear un cambio en nuestra sociedad, sino activar el cambio en generaciones por venir.